domingo, 25 de mayo de 2014

EL JUSTICIERO


La joven pareja subió a colectivo y al ver todos los asientos ocupados, se acomodó en el espacio vacío reservado para las sillas de ruedas. Aprovechando los pasamanos bajos, quedaron medio sentados, como si se tratase de butacas altas en la barra de un bar.
A simple vista se podría decir que eran tal para cual, jóvenes, hermosos y con esa informal elegancia que su juventud permite.
Yo estaba bastante cerca y como es lógico de suponer, había reparado más en ella. Una delicada figura, nada exuberante, más bien con las proporciones justas, como si cada una de sus partes hubiera sido medida y hasta pesada cuidadosamente, con suaves facciones que delineaban una leve, casi imperceptible mueca, que se me antojó, una sonrisa escondida y dirigida hacia mí, por lo cual me empezó a costar dejar de mirarla, por más que hacía un gran esfuerzo.
Creo que por eso se acercó un poco más a él y lo tomó de la mano, como mostrando que estaba acompañada. Él le correspondió entrecruzando los dedos con ella y apretándola suavemente, sin entender demasiado, pero respondiendo cariñosamente el requerimiento.
Ella cada tanto paseaba sus ojos por el coche y yo me hacía a la idea que se detenía más en mí que en el resto del pasaje.
Con el andar se fue acercando cada vez más a él, hasta tomarlo de la cintura y apoyar su cabeza en el hueco que se forma entre el hombro y el pecho, él cruzó su brazo por detrás, dulcemente, para sostenerla.
Ya resignado, trataba de no mirarla… En vano.
Seguíamos en viaje viendo como pasaban las calles a través de las ventanillas…
Ellos cruzaron algunas palabras, sonrisas y hasta algunos besos mínimos que me parecieron graciosos porque parecían, más bien, picoteos de aves.
Siguieron así unos momentos, hasta que ella se separó un poco, se despidió con un par de esos besos mínimos y se preparó a bajar… Pasó delante de mí empujándome suave pero innecesariamente, lo cual me llamo la atención, no me lo esperaba. Pero me sorprendí más aún cuando sentí el roce furtivo de su mano contra la mía y algo que se colaba entre mis dedos, mientras se asía del mismo pasamano que yo.
Se bajó y giro rápidamente para lanzar al aire un último saludo con una sonrisa a su compañero, que seguramente se lo devolvió, aunque no me anime a mirarlo. Había quedado petrificado, no terminaba de entender que había pasado. Miré de reojo, mientras llevaba mi mano, de la manera más natural posible, al bolsillo del pantalón, y vi un nombre con un teléfono.
Un torbellino de pensamientos me invadió, por un lado estaba el orgullo varonil de la conquista ya asegurada agrandada más aún por los obstáculos (belleza, compañía y sobre todo edad).
Por el otro lado estaba lo moral, no soy partidario de las infidelidades y creo que todas deben recibir algún tipo de castigo.
Mientras pensaba todo esto, llegue a mi destino y baje del colectivo… Ya teléfono en mano aseguraba, mientras marcaba su número, debe recibir un escarmiento… Y qué mejor castigo que soportar mi mal humor, mis mañas de viejo huraño, de perro solitario acostumbrado a la rutina diaria…
Sí, decididamente, sería un acto de justicia de mi parte y no una infidelidad.
El teléfono me devuelve una voz alegre y despreocupada segura de mi llamado que coordina un encuentro inmediato.
Aplico toda la simpatía y encanto posible en la corta charla y salgo a su encuentro…
Sí, decididamente, soy un justiciero.

                             OMAR MAJUL

martes, 6 de mayo de 2014

Día de lluvia



Voy caminando por la ciudad llenándome de esa especie de melancolía que cae con cada gota, impregnándome.
La gente pasa sin mirar, cada uno encerrado en sus pensamientos.
Rostros anónimos, insensibles, perdidos como sus miradas.
¡Cuánta tristeza!
¿Es solo la lluvia o es muestra de nuestras almas vacías?
Caen, también, algunas hojas secas fuera de estación…
Supongo que la tristeza invadió también a los árboles.

                       OMAR MAJUL