La
joven pareja subió a colectivo y al ver todos los asientos ocupados, se acomodó
en el espacio vacío reservado para las sillas de ruedas. Aprovechando los
pasamanos bajos, quedaron medio sentados, como si se tratase de butacas altas
en la barra de un bar.
A
simple vista se podría decir que eran tal para cual, jóvenes, hermosos y con
esa informal elegancia que su juventud permite.
Yo
estaba bastante cerca y como es lógico de suponer, había reparado más en ella.
Una delicada figura, nada exuberante, más bien con las proporciones justas,
como si cada una de sus partes hubiera sido medida y hasta pesada cuidadosamente,
con suaves facciones que delineaban una leve, casi imperceptible mueca, que se
me antojó, una sonrisa escondida y dirigida hacia mí, por lo cual me empezó a
costar dejar de mirarla, por más que hacía un gran esfuerzo.
Creo
que por eso se acercó un poco más a él y lo tomó de la mano, como mostrando que
estaba acompañada. Él le correspondió entrecruzando los dedos con ella y
apretándola suavemente, sin entender demasiado, pero respondiendo cariñosamente
el requerimiento.
Ella
cada tanto paseaba sus ojos por el coche y yo me hacía a la idea que se detenía
más en mí que en el resto del pasaje.
Con
el andar se fue acercando cada vez más a él, hasta tomarlo de la cintura y
apoyar su cabeza en el hueco que se forma entre el hombro y el pecho, él cruzó
su brazo por detrás, dulcemente, para sostenerla.
Ya
resignado, trataba de no mirarla… En vano.
Seguíamos
en viaje viendo como pasaban las calles a través de las ventanillas…
Ellos
cruzaron algunas palabras, sonrisas y hasta algunos besos mínimos que me
parecieron graciosos porque parecían, más bien, picoteos de aves.
Siguieron
así unos momentos, hasta que ella se separó un poco, se despidió con un par de
esos besos mínimos y se preparó a bajar… Pasó delante de mí empujándome suave
pero innecesariamente, lo cual me llamo la atención, no me lo esperaba. Pero me
sorprendí más aún cuando sentí el roce furtivo de su mano contra la mía y algo
que se colaba entre mis dedos, mientras se asía del mismo pasamano que yo.
Se
bajó y giro rápidamente para lanzar al aire un último saludo con una sonrisa a
su compañero, que seguramente se lo devolvió, aunque no me anime a mirarlo.
Había quedado petrificado, no terminaba de entender que había pasado. Miré de
reojo, mientras llevaba mi mano, de la manera más natural posible, al bolsillo
del pantalón, y vi un nombre con un teléfono.
Un
torbellino de pensamientos me invadió, por un lado estaba el orgullo varonil de
la conquista ya asegurada agrandada más aún por los obstáculos (belleza,
compañía y sobre todo edad).
Por
el otro lado estaba lo moral, no soy partidario de las infidelidades y creo que
todas deben recibir algún tipo de castigo.
Mientras
pensaba todo esto, llegue a mi destino y baje del colectivo… Ya teléfono en
mano aseguraba, mientras marcaba su número, debe recibir un escarmiento… Y qué
mejor castigo que soportar mi mal humor, mis mañas de viejo huraño, de perro
solitario acostumbrado a la rutina diaria…
Sí,
decididamente, sería un acto de justicia de mi parte y no una infidelidad.
El
teléfono me devuelve una voz alegre y despreocupada segura de mi llamado que
coordina un encuentro inmediato.
Aplico
toda la simpatía y encanto posible en la corta charla y salgo a su encuentro…
Sí, decididamente,
soy un justiciero.
OMAR
MAJUL