Esta
es una historia como tantas otras, mitad real mitad tal vez. Lo cierto es que a
él, que rondaba el medio siglo, le gustaba hacer magia, tenía sus shows,
animaba fiestas para grandes y chicos, solo cambiaba algunos trucos según la
edad de su público, pero, en general, todos lo adoraban por igual. Le encantaba
hacer aparecer y desaparecer cosas para ver los rostros de sorpresa e
incredulidad… Nunca faltaba el escéptico sabelotodo que intentaba descifrar sus
trucos y se retiraba humillado del escenario.
Lo
que nadie sabía es que no había trucos. ¡El realmente hacía magia! Cuando
pronunciaba las palabras mágicas las luces, el humo y todo lo que pasaba en el
escenario era completamente real.
Un
día cualquiera, mientras hacía uno de sus shows, vio entre el público a una
chica común, como tantas otras, no destacaba demasiado y hasta se podría decir,
que si iba en grupo, podía pasar inadvertida. Pero ella, con su juventud
veinteañera, le sonrió justo cuando cruzaban una mirada perdida, iluminando aún
más sus grandes ojos…
Él vio esos destellos verde musgo que le
recordaron su niñez, las vacaciones en las sierras, que ya eran su lugar en el
mundo, se transportó cientos de kilómetros y se olvidó del show. Por primera
vez se desconcentró y empezó a fallar en sus trucos.
Al
principio su público pensó que eran de esas bromas que hacen los magos,
simulando que el truco falla, pero al rato ya fallaban todos. Cada vez que
decía las palabras mágicas la gente se preparaba para sorprenderse… pero nada…
nada de apariciones ni desapariciones, nada de luces ni humo. Por más esfuerzo
que hacía, no lograba concretar ningún truco, ni siquiera los más sencillos.
Las
risas se tornaron en abucheos, gritos que pedían la devolución del dinero de las
entradas, algún que otro epíteto irreproducible, y no faltaron tampoco, algunos
proyectiles lanzados con bastante poca puntería - por suerte para él –
improvisadas con partes de las butacas arrancadas.
Tuvo
que retirarse rápidamente para evitar males mayores.
¡Era
la primera vez que le fallaban las palabras mágicas!
Resignado
por haber perdido su magia, empezó a trabajar de lo que conseguía, pero como no
podía concentrarse, no duraba en ninguno. Cada vez que cerraba sus ojos,
aparecían esos destellos verde musgo que ya lo atormentaban, y empezaba a
lamentarse de su timidez, de no haber tenido el valor de acercarse siquiera
para cruzar unas palabras. Ideaba en su cabeza mil diálogos distintos y otras
tantas situaciones que podrían haber ocurrido si solo se hubiera animado… Pero
todo terminaba con alguien que lo sacaba de sus fantasías y lo enfrentaba de
nuevo a su realidad.
Dicen
que la vida siempre da otra oportunidad, y con él no hizo excepción.
Mientras
caminaba una mañana buscando otro trabajo vio a través del ventanal de un bar a
la dueña de esos ojazos verde musgo desayunando sola, y se transportó
nuevamente a sus sueños, sus diálogos, sus tal vez, mientras seguía caminando
prometiéndose que la próxima si le hablaba.
Desde
el interior del bar ella lo acompañaba con esa fatal sonrisa que iluminaba aún
más su inocente mirada…
Quedó
paralizado justo antes de chocar con un poste de alumbrado, mientras en su
mente luchaban los sí y los no… cabe decir que por lejos venían ganando los
últimos.
-
Apenas dejó de ser una niña- se decía
-
Yo la doblo en edad.
-
¿Qué va a decir la gente, mis amigos, los de ella, la familia?
-
Ella recién empieza a vivir y yo ya he vivido tanto…
Seguía
con su soliloquio interno sin percatarse que la chica en cuestión ya salía del bar
y pasaba no tan casualmente cerca de él, dirigiendo una mirada directa como
para definir su interna discusión.
Él
abrió su boca sin control, sin pensar, y se escuchó diciendo:
-¿Querés
que salgamos, que vayamos a tomar algo?
Su
cabeza le daba vueltas.- ¿Qué dije?- Pensó- ¡Ni que tuviera quince años! ¡Qué
papelón! ¡Ya quedé como un idiota! Mejor me disculpo y me voy antes que se
empiece a reír de mí.
Pero
antes de poder reaccionar ella dijo unas palabras mágicas:
-
Sí, quiero
Y
él cayó rendido a sus pies.
Rápidamente
recuperó su magia, solo que ahora a las palabras mágicas las decía ella:
–
Sí, quiero.
Al
poco tiempo ya vivían juntos, él se consiguió un buen empleo y ya no lo perdió.
Ella lo acompañaba y era su sostén.
A
pesar de recuperar su magia, no volvió a sus shows, prefirió hacerse comediante
y hacía sus actuaciones contando chistes e historias graciosas los fines de
semana en algún barcito de mala muerte.
Después
de todo él solo quería que ella le sonría para iluminar aún más esos ojos verde
musgo que lo transportaban a otro lugar.
- Una solitaria cabaña,
en medio de las sierras, con una pequeña cascada que terminaba en un laguito
donde las piedras estaban cubiertas de musgo y él se recostaba a descansar en
su orilla… Abrazado a ella.
OMAR MAJUL